viernes, 3 de diciembre de 2010

Traductores de Moscú

Estos días de frío en Barcelona me traen recuerdos de Moscú. Hace ya treinta y cuatro años de mi paso por su Instituto Poligráfico (IPM) y todavía aplico experiencias útiles de mi estancia allí durante mi etapa de formación profesional como especialista editorial. Fue cuando, además de los cursos de formación universitaria y de postgrado, trataba de aprovechar cualquier oportunidad para ampliar mis conocimientos y mejorar mi currículo.
El curso, impartido por la Facultad de Superación del IPM, se tituló «Economía editorial, poligráfica y del comercio del libro», y duró desde el 16 de febrero hasta el 6 de mayo de 1976, con un total de 370 horas distribuidas en seis asignaturas, de las cuales los editores, los impresores y los libreros teníamos la obligación de asistir a todas sus clases, aunque sólo examinábamos las dos asignaturas correspondientes a nuestra especialidad y presentábamos una tesis final.
Tenía mi alojamiento en una habitación del hotel Universitetskya, muy cerca de la Universidad Lomonosov. Las clases se impartían en ruso y se traducían simultáneamente por un equipo de tres traductores-guías —dos hombres y una mujer— que hacían su trabajo en las aulas y nos servían además de cicerones en las actividades extracurriculares.
En el curso, aprendí muchas cosas prácticas acerca de cómo gestionar la organización del trabajo productivo en una editorial, y su relación con las imprentas y los distribuidores, pero, de forma adicional, también aprendí mucho de los traductores.
Me impresionó la calidad de su preparación previa para traducir simultáneamente las clases, las preguntas y las respuestas en el aula; su dominio de la terminología propia de la actividad que traducían; su conocimiento de la ciudad; y su cultura acerca de los lugares que visitábamos, ya fuese una editorial, una biblioteca, un museo o un sitio donde comer platos típicos. Tomé buena nota de ello.
A su trabajo de interpretación le debo una buena calificación en los exámenes orales y una buena traducción al ruso de mi tesis final —«Fundamentos científicos de la gestión de la producción»—, y también mi afición por la solyanka y el té, que contribuyeron a mi supervivencia durante aquellos gélidos días del inverno ruso.

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