Después de la digresión gastronómica de la semana pasada,
vuelvo a nuestros temas habituales. En este caso, publico un nuevo comentario
sobre las relaciones con los clientes.
Hay clientes difíciles. Todos los autónomos hemos tropezado
con ellos. Son precisamente esos casos en los que hay que administrar muy bien
la paciencia. Pero como todo en nuestras vidas, la paciencia tiene sus límites
y hay que estar alertas para no perder la compostura cuando de difíciles
algunas personas pasan a ser desesperantes.
Lo más sensato es conservar un tono amable, pero firme. No
hay que dejar que alguien malinterprete que amabilidad es sinónimo de sumisión.
Una actividad profesional solo es rentable cuando tiene el respeto del cliente.
De ese respeto dependen no solo el trato personal sino la
concertación de las tarifas y de las condiciones de entrega.
No es productivo trabajar para un cliente que subestima
nuestra capacidad profesional, que cuestiona la calidad de nuestro trabajo,
nuestros precios, y los tiempos que necesitamos para el ejercicio serio de nuestra
profesión.
Como he señalado en otra ocasión, si encontramos clientes
que son así, es preferible no tenerlos antes que llegar a perder la paciencia.
[1]
[1] Ver «Consejos
prácticos: Clientes (1)», 7 de octubre de 2011 y «Consejos prácticos: Clientes
(2)», 14 de octubre de 2011.
[Imagen: Scriptorium
Monk at Work, grabado publicado en William Blades: Pentateuch of
Printing with a Chapter on Judges, E. Stock, 1891.]
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