viernes, 27 de noviembre de 2009

Kennedy y el Muro de Berlín

John F. Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, murió asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. Veintiséis años después, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín.
Hace unos años hice la traducción de este breve discurso que, en los días cuando Europa conmemora la reunificación alemana y pone en práctica nuevas fórmulas de unificación, evidencia su carácter profético.

Discurso Ich bin ein Berliner [Yo soy un berlinés]
(Berlín, 26 de junio de 1963)

Me siento orgulloso de visitar esta ciudad como huésped de vuestro distinguido alcalde, quien ha simbolizado por todo el mundo el espíritu combativo de Berlín Occidental. Y me siento orgulloso de visitar la República Federal Alemana con vuestro distinguido canciller, quien durante tantos años ha comprometido a Alemania con la democracia y la libertad, y de venir aquí con mi compatriota estadounidense, general [Lucius D.] Clay, quien ha permanecido en esta ciudad durante sus grandes momentos de crisis y que volverá otra vez, si fuese necesario.
Hace dos mil años, el orgullo mayor era decir: «Civis romanus sum» [Soy ciudadano romano]. Hoy, en el mundo libre, el mayor orgullo es decir: «Ich bin ein Berliner» [Yo soy un berlinés].
¡Agradezco a mi intérprete que traduzca mi alemán!
Hay muchos pueblos en el mundo que no comprenden realmente, o dicen que no comprenden, cuál es la gran disyuntiva entre el mundo libre y el mundo comunista. Que vengan a Berlín. Hay quienes dicen que el comunismo es la corriente hacia el futuro. Que vengan a Berlín. Y hay quienes dicen, en Europa y en otros lugares, que podemos trabajar con los comunistas. Que vengan a Berlín. Y hay hasta unos cuantos quienes dicen que es cierto que el comunismo es un sistema funesto, pero que nos permite progresar económicamente. Lass’ sich nach Berlin kommen. Que vengan a Berlín.
La libertad afronta muchas dificultades y la democracia no es perfecta, pero nunca hemos tenido que levantar un muro para impedir que nos abandonen. Quiero expresar, a nombre de mis compatriotas, que viven a muchos kilómetros de distancia, en el otro lado del Atlántico, y quienes se encuentran a mucha distancia de vosotros, que ellos se enorgullecen enormemente de poder compartir con vosotros, incluso en la distancia, la historia de los últimos dieciocho años. No conozco ningún pueblo, ninguna ciudad, que haya sido sitiada durante dieciocho años y viva aún con la vitalidad y la fuerza, y la esperanza y la determinación, que la ciudad de Berlín Occidental. Aunque el muro es la demostración más evidente y vívida de los fracasos del sistema comunista que todo el mundo puede ver, no nos complace, porque —como ha expresado vuestro alcalde— es una ofensa no sólo contra la historia, sino contra toda la humanidad; porque separa familias, divide esposos y esposas, hermanos y hermanas; y divide un pueblo que desea reunificarse.
Lo que es válido para esta ciudad, es válido para Alemania. No se puede garantizar una paz duradera en Europa mientras a uno de cada cuatro alemanes se le niegue el derecho elemental de las personas libres, que es poder escoger libremente. En dieciocho años de paz y buena fe, esta generación de alemanes se ha ganado el derecho a ser libre, incluido el derecho a la reunificación familiar y nacional en una paz duradera, con buena voluntad hacia todos los pueblos. Vosotros vivís en una isla de libertad defendida, pero vuestras vidas son parte de la tierra firme. Por eso, permitidme pediros, para terminar, que elevéis vuestros ojos más allá de los peligros de hoy, hasta las esperanzas de mañana; más allá de la libertad sólo de esta ciudad de Berlín, o de vuestro país, Alemania, hasta el progreso de la libertad en todas partes; más allá del muro hasta el día de la paz con justicia; más allá de vosotros y de nosotros hasta toda la humanidad.
La libertad es indivisible y, cuando una persona es esclava, todos los demás no somos libres. Cuando todas las personas son libres, entonces podemos mirar adelante, hacia el día en que esta ciudad se unifique en una sola, y este país y este gran continente europeo se unan a un mundo pacífico y esperanzado. Cuando llegue finalmente ese día —y llegará— la población de Berlín Occidental podrá sentir la seria satisfacción por el hecho de haber estado en la primera línea de fuego durante casi dos décadas.
Todas las personas libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín y, por lo tanto, me enorgullezco de las palabras «Ich bin ein Berliner».

[John Fitzgerald Kennedy: No preguntes lo que tu país puede hacer por ti y otros discursos, Colección Las Voces de la Democracia 01, PMI S.A., 2008.

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