Vuelvo sobre el tema de la llamada «traducción publicitaria». Es un tema interesante porque en más de una
ocasión he tenido que debatir con algún cliente la idea errónea de que un
traductor tiene que convertirse en un redactor publicitario cuando le encargan
una traducción de este tipo.
Son dos profesiones
diferentes, con contenidos diferentes y con tarifas diferentes.
La esencia del
problema reside en que la publicidad de cualquier producto o actividad
se debe redactar independientemente para cada público (target) en su
propio idioma.
Por otra parte, es muy difícil que un redactor, por ejemplo,
redacte en español para un público de habla española y, a la vez, tenga en
cuenta que el texto va a ser traducido y «facilite» el
trabajo del traductor en la escritura de sus textos. De ahí, esa sensación de
insatisfacción que nos queda a todos ante una publicidad traducida.
En otras ocasiones, se espera que el traductor sea el que
solucione la carencia de redactores publicitarios en otras lenguas. [1]
[1] Sobre este tema, ver «Traducir publicidad», 18 de mayo de 2012.
[Imagen: «Expertos
examinan la piedra de Rosetta en el Museo Británico», grabado publicado por el Illustrated London News, el 12
de septiembre de 1874, acerca del Segundo Congreso de Orientalistas celebrado
ese año en Londres.]
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