En la entrada anterior, comenté el caso de una profesional autónoma
y su relación difícil con un cliente que le pagaba mal, que no pagaba en la fecha prevista, cuyos textos
eran de baja calidad y que le daba poco tiempo para hacer los trabajos. [1] Hace unos días, supe que, después de
que no le habían pagado todavía dos facturas atrasadas, rechazó un nuevo
encargo. La reacción de este cliente fue sentirse, cuando menos, ofendido.
Aprovecho el
desenlace de este asunto para observar que la «pérdida» de este cliente no es
tal. Quien pierde ha sido él, que ha desperdiciado la posibilidad de seguir
contando con la colaboración de una profesional con una sólida formación
académica y muchos años de experiencia en su actividad, acompañados por un alto
nivel de calidad y una puntualidad constante en sus entregas.
Algo va mal en una
empresa que no cuida sus relaciones con sus colaboradores más competentes.
Percibo que la idea de que siempre hay alguien parado para hacer el trabajo en
cualesquiera condiciones, prima en estas malas praxis y priva a algunas
empresas del nivel de calidad que sus producciones necesitan.
[1] Ver «Mala praxis,
mal cliente», 11 de septiembre de 2015.
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