A una colega que presta servicios editoriales la llamó hace
poco un nuevo cliente. Los resultados de esta relación han sido los siguientes:
paga mal, no paga en la fecha prevista (hay que recordarle que no ha hecho los
pagos), los textos son de baja calidad (muchos errores y erratas para corregir)
y da poco tiempo para hacer los trabajos. Me parece un buen ejemplo de un
cliente que hay que descartar.
En octubre de 2011, publiqué una entrada en este blog donde
expuse la idea que tengo de un buen cliente y una conclusión. Para mí —publiqué
en esa ocasión—, «[…] un buen
cliente:
A. Acepta y paga tarifas justas.
B. Paga puntualmente.
C. Presenta textos de buena calidad.
D. Solicita plazos de entrega razonables.
E. Solicita exactamente lo que quiere, porque sabe lo
que quiere.
F. Está siempre disponible para aclarar dudas.
G. Respeta a sus traductores y valora sus servicios.
H. Establece relaciones consideradas, honradas y
transparentes.
I. Acredita el trabajo de sus traductores y respeta sus
derechos (copyright).
J. Establece relaciones a largo plazo.
Si encontramos clientes que no son así, es preferible no
tenerlos.» [1]
Cuatro años después, vuelvo sobre el tema porque sigue
siendo válido que las malas prácticas
son el retrato robot de un mal cliente.
[1] Ver «Consejos
Prácticos: Clientes (2)», 14 de octubre de 2011.
[Imagen: Abraham Bosse. Taller de impresor, c. 1642, grabado.]
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