Hace años que en las editoriales españolas se ha venido
estableciendo la norma de maquetar las traducciones de algunos títulos sobre el
mismo diseño de página del libro original. Es una especie de «copia fiel» que no tiene en cuenta las diferencias
de extensión en uno y otro texto en la lengua de partida y en la de llegada.
La traducción se
convierte en algo más que eso. Es traducir y además editar para recortar el
texto traducido y ajustarlo al espacio del original con la consiguiente pérdida
de parte del contenido escrito por el autor.
No sé hasta qué
punto tiene sentido perder texto para ahorrar espacio de esta forma. Hay otras
maneras de resolverlo. Pero no dejo de sentirme como Procusto, el mítico
personaje clásico griego que cortaba los trozos de quienes sobresalían de la
cama.
[Imagen: Teseo mata a Procusto en una pintura en el fondo de
una cílica ática de figuras rojas, c. 440 a.C.]
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